Bobby Joe Long – El Violador de los Anuncios Clasificados


Bobby Joe Long

Detalles del caso – El violador de los anuncios clasificados

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador en serie
  • Número de víctimas: 10
  • Fecha del crimen: May. – Nov. 1984
  • Fecha de detención: 16 de noviembre de 1984
  • Fecha de nacimiento: 14 de octubre de 1953
  • Perfil de la víctima: Ngeun Thi Long, de 20 años / Michelle Denise Simms, 22 / Elizabeth B. Loudenback, 22 / Chanel Devon Williams, 18 / Karen Beth Dinsfriend, 28 / Kimberly Kyle Hopps, 22 / Virginia Lee Johnson, 18 / Kim Marie Swann, 21 / Vicki Elliott / Una mujer sin identificar
  • Método del crimen: La mayoría fueron estranguladas o asfixiadas; una fue disparada y otra degollada
  • Lugar: Tampa Bay, Estados Unidos (Florida)
  • Estado: Condenado a pena de muerte el 25 de julio de 1986

Bobbie Joe Long

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Robert Joe Long nació el 14 de octubre de 1953, en Kenova, una ciudad de Virginia. Nació con un cromosoma X de más, lo que hizo que le crecieran senos en su adolescencia, que fueron los detonantes de las burlas que tuvo que sufrir en el instituto. También durante su infancia recibió numerosas heridas en la cabeza, debido a su torpeza.

En el año 1974 se casó con su novia de toda la vida, con quien tendría dos hijos antes de divorciarse finalmente en 1980. Hasta el año 1981 se le cree responsable de al menos 50 violaciones. Para llevarlas a cabo, ponía anuncios en la prensa vendiendo pequeños objetos, y cuando los iba a entregar, si se encontraba a la mujer sola, era cuando procedía a violarla.

Esto le granjeó el sobrenombre de «El violador de los anuncios clasificados». Fue detenido y acusado por violación ese mismo año, aunque solicitó un nuevo juicio y en el segundo quedó incomprensiblemente en libertad.

En el año 1983, Robert se instaló en la zona de Tampa, en Florida, y en el año 1984 comenzaron a aparecer mujeres asesinadas con un espacio de unas dos semanas entre cada una durante ocho meses.

Se encontraba en libertad condicional por una nueva violación cuando empezó a frecuentar bares de alterne y otras zonas frecuentadas por prostitutas, presumiblemente para localizar víctimas. Normalmente las atraía hasta el coche con la intención de contratar sus servicios. Una vez que entraba en él la víctima, se dirigían hasta su apartamento, donde la chica era atada, torturada, violada y luego asesinada. Decía que sentía fascinación por la tortura y por la violación primordialmente, y mataba para que no lo denunciasen.

Fue detenido el 16 de noviembre de 1984 por su vinculación con el secuestro y posterior violación de Lisa McVey, de quien había abusado sexualmente durante un período aproximado de 26 horas para luego dejarla en libertad. Lisa acudió a una comisaría y facilitó los datos de Robert. Una vez que confesó, los detectives comenzaron a preguntarle sobre una serie de asesinatos sin resolver que había en la zona. Robert respondió:

«Prefiero no contestar a eso».

Sin embargo, empezaron a enseñarle fotos de los homicidios, y le dejaron un rato a solas con las fotos. Cuando volvieron, dijo:

«La situación ha cambiado un tanto desde que han salido. Creo que voy a necesitar un abogado.»

No le proporcionaron ninguno, sin embargo Robert comenzó a confesar ocho asesinatos en ese condado, y otro más en el condado de Pasco.

El 24 de septiembre de 1985 se declaró culpable de todos los cargos ante el juez, y fue condenado en total a 26 cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional y otras 7 con un cumplimiento mínimo de 25 años. También se reservaron la posibilidad de conmutarlas todas por pena de muerte.

En el año 1986 se enfrentó a otro juicio en Tampa por el asesinato de Michelle Simms y fue declarado culpable. Se le condenó a morir en la silla eléctrica.

El 24 de febrero de 1999 acusó a la fiscalía de filtrar su correspondencia a la prensa, violando así el derecho de privacidad entre el abogado y su cliente, aunque su protesta fue desestimada.

Según el Departamento Correccional de Florida, está cumpliendo una condena total de cinco años de prisión, antes de cumplir cuatro de 99 años y 28 cadenas perpetuas. Es previsible que en poco tiempo se le aplique además la pena de muerte que tiene pendiente además por el caso Simms.


Robert Joseph Long, «Bobby Joe Long»

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A mediados de los años 80, Tampa Bay, Florida, se convirtió en el escenario de una seguidilla de brutales crímenes cometidos por un escurridizo asesino en serie. La policía se encontraba de manos atadas, sobre todo porque no había ninguna pista que les ayudara a dar caza al asesino… hasta que un particular caso de secuestro (que en un principio no había sido vinculado con los asesinatos) los ayudó a resolver el complejo puzzle.

Era 1984, Tampa, Florida. Una zona roja, particularmente ruidosa llamada «El Strip», comenzó a atraer visitantes anónimos que buscaban alcohol, drogas, juegos de azar y sexo barato. Los clubes nocturnos y bares proliferaban de forma exorbitante y la vida nocturna dejaba grandes dividendos a los propietarios de dichos antros. Las prostitutas hicieron de las calles de Tampa una verdadera pasarela, y los hombres solitarios que visitaban la ciudad, por la noche, contaban con un abanico de posibilidades para terminar su velada.

En mayo de ese mismo año, el oficial de policía del condado de Hillsborough, Gary Terry, fue alertado por el hallazgo del cadáver de una mujer abandonado al sudeste de Tampa, en la calle East bay. Dos chicos se encontraban jugando cuando se toparon con el cuerpo. Avisaron a sus padres y estos llamaron de inmediato a la policía.

Cuando el oficial llegó a la escena y vio el cadáver, comprendió que aquello no era un simple homicidio. La muchacha yacía desnuda y boca abajo sobre el pavimento, cerca de una barricada al final de la calle. Tenía las piernas completamente abiertas (más de 150 cms. de distancia entre un pie y otro), las manos atadas a la espalda y una delgada soga le apretaba el cuello. La causa de muerte de la víctima había sido el estrangulamiento. Se identificó a la chica como Lana Long (de 20 años), desnudista y prostituta de un bar del «Strip» de Tampa.

Los investigadores, acostumbrados a todo tipo de crímenes, tuvieron un muy mal presentimiento con respecto a aquel caso. A principios de 1980, las víctimas de homicidio atadas eran realmente una rareza, por lo que aquel asesinato no pasó desapercibido por los agentes más veteranos, quienes instaron a tratar de resolver aquel crimen lo antes posible.

Lamentablemente los investigadores contaban solo con dos pistas bastante vagas. La primera era la huella de un neumático, descubierta en el lugar del hallazgo. La segunda, una fibra roja de nylon que se encontraba en el cadáver de la chica. Aquello no bastaba para realizar ningún tipo de investigación. Por aquel entonces tampoco existía el examen de ADN, por lo que las evidencias de violación resultaron irrelevantes para obtener la identidad de algún sospechoso.

Un par de semanas más tarde, el cuerpo de otra prostituta es encontrado al este de la ciudad de Tampa. El oficial Gary Terry volvió a responder a la llamada, y fue cuando sus peores sospechas se confirmaron. Al llegar al lugar del hallazgo, corroboró que la nueva víctima (Michelle Simms), yacía desnuda y atada de forma muy similar a Lana Long, aunque esta chica además había sido degollada. Bajo una intensa lluvia, el cuerpo de Simms fue transportado para realizar la autopsia de rigor.

Las cuerdas utilizadas para inmovilizar y estrangular a la víctima habían sido cortadas en tamaños similares, lo que indicó a la policía que aquel asesinato había sido al planeado, y no improvisado. A pesar del aguacero que cayó aquel día, los detectives descubrieron las huellas de unos neumáticos muy cerca del cadáver. Estas coincidían con las marcas halladas en el lugar donde fue encontrado el cuerpo de Lana Long.

Pocas horas más tarde, el resultado de la autopsia reveló la presencia de fibras de un nylon rojo en el cuerpo de Michelle Simms… fibras idénticas a las que se encontraban en el cuerpo de Lana Long semanas antes.

Ambas chicas fueron encontradas desnudas, atadas y habían sido brutalmente violadas antes de que les quitaran la vida. Los policías comprendieron, entonces, que se enfrentaban a un mismo asesino y que, sin duda alguna, iba a seguir matando. ¿Pero era ésta su segunda víctima? Escasa información lograron recabar de otros casos antiguos, pues un nuevo cuerpo aparecería a los pocos días y volvería a poner a los detectives de cabeza; pero esta vez por otros motivos.

El cadáver de Elizabeth Loudenback apareció en un descampado dos semanas más tarde. No estaba atada y se encontraba completamente vestida. Tampoco mostraba señales de estrangulamiento. Aquello conmocionó a los investigadores, quienes se rehusaban a creer en la existencia de un nuevo asesino, el cual tendría un modus operandi totalmente distinto. Cuando un nuevo cuerpo apareció, semanas más tarde, las teorías del posible asesino serial comenzaron a complicarse.

Chanel Williams era otra prostituta del «Strip», al igual que las víctimas anteriores. Fue encontrada bajo la cerca de una granja, en las afueras de Tampa. Se encontraba vestida y había sido asesinada de un disparo en la nuca. Además de todas las diferencias con los crímenes anteriores, esta víctima era de raza negra. Definitivamente nada parecía encajar… al menos hasta que los análisis forenses revelaron que, en ambos casos, se encontraron fibras de nylon colo rojo. Todo parecía indicar que el asesino que estaban buscando, estaba tratando de despistar a la policía cambiando sus métodos homicidas e, incluso, el perfil de sus víctimas. Aquello era completamente inusual.

Antes de que el crimen Chanel Williams fuese vinculado al mismo asesino, los periódicos locales ya habían dado la alarma de un posible asesino en serie recorriendo la zona. A pesar de que la policía redobló sus esfuerzos y patrulló incansablemente el «Strip», no obtuvieron ninguna pista. Después de todo, en aquellos lugares, todos parecen sospechosos. Solo una semana después del hallazgo de la cuarta víctima, Karen Dinsfriend, otra prostituta del «Strip», fue encontrada estrangulada.

El cuerpo de policía de Hillsborough se encontraba anonadado y tremendamente frustrado. El asesino estaba refinando sus métodos y reducía, de forma alarmante, el espacio de tiempo entre un asesinato y otro. La comunidad se mostraba indignada, y las prostitutas del «Strip» estaban aterradas. Aun así, como todas las noches, los bares nudistas volvían a abrir y las chicas salían a la calle en busca de clientes. Después de todo, era la única forma de conseguir dinero. Al mismo tiempo, el asesino seguía recorriendo Tampa en busca de su próxima víctima.

A finales de octubre de ese mismo año, el cuerpo momificado de una mujer llamada Kimberly Hoops fue encontrado en el interior de una zanja. Hoops era una prostituta del «Strip» que había desaparecido varios meses antes; pero nadie había denunciado el hecho. Una vez que se le realizó la autopsia, las fibras rojas de nylon volvieron a aparecer en el cadáver, ligando este nuevo crimen a las cinco víctimas del asesino en serie que tenía a toda la policía, del condado de Hillsborough, de cabeza.

Seis mujeres habían sido cruelmente violadas y asesinadas por un mismo sujeto. No existían más pistas que unas fibras rojas de nylon que ligaban todos los asesinatos, además de un par de huellas de vehículo halladas en algunas de las escenas del crimen. No habían sospechosos ni testigos. Una verdadera pesadilla para cualquier investigador involucrado en este tipo de casos.

Pero solo cuatro días después del descubrimiento de la sexta víctima, un hecho aparentemente aislado terminaría por darle a la policía una valiosa pista que terminaría por vincular a un sujeto con los asesinatos que tenían en vilo a la comunidad.

Una chica de 14 años, llamada Lisa McVey, acudió a la policía declarando que había sido secuestrada por un hombre que la encañonó con un revólver mientras volvía a casa en su bicicleta. Era de noche, no habían testigos. El sujeto la introdujo a un vehículo, la maniató y le vendó los ojos.

La muchacha logró ver algunos detalles del interior del automóvil, por debajo la venda, que resultarían cruciales para la investigación. Posteriormente, el hombre llevó a la chica al interior de un departamento, en donde la desvistió y procedió a violarla, sin quitarle la venda de los ojos. Durante 26 horas, la muchacha fue víctima de abusos por parte de su secuestrador, el cual actuaba de forma errática.

Según la muchacha, éste se comportaba tímidamente a ratos, para luego violarla con furia. La introdujo en una bañera y le lavó cuidadosamente el cabello. Cogía sus manos y dejaba que la chica le tocara el rostro, como si fueran caricias. Este detalle permitió a Lisa McVey describir la apariencia de su secuestrador a los agentes de policía.

Según la muchacha, se trataba de un hombre de ojos y orejas pequeñas, nariz delgada, mentón bastante pronunciado, pómulos gruesos, pelo corto y bigote recortado. Además, su voz era aguda y característica, hablaba con coherencia; pero a ratos se mostraba agresivo sin motivo aparente.

A medida que pasaba el tiempo, su captor se comportaba cada vez más tierno, aunque le confidenció que estaba haciendo todo aquello porque odiaba a las mujeres. En cierto momento, el hombre le preguntó a la joven: «¿Qué voy a hacer contigo?».

Habían conversado durante varias horas, ambos habían hablado bastante, y el asaltante ya no parecía tan agresivo, por lo que Lisa trató de convencer al hombre de que fueran novios. Ella le ofreció quedarse a vivir en aquel departamento si él así lo deseaba. Le dijo, también, que no parecía un mal tipo, y que lamentaba mucho si alguien lo había herido en el pasado. Al parecer, el sujeto se sorprendió ante las palabras de la astuta niña. Le dijo que no podía quedarse allí y le prometió que irían en su vehículo y que la dejaría cerca de su casa… y así fue. Posteriormente, la chica acudió a la policía para narrar su historia.

Aunque inicialmente este hecho no fue relacionado con los asesinatos de las prostitutas de Tampa, evidentemente era preocupante que un sujeto estuviera raptando a menores de edad en el área donde, además, rondaba un asesino serial, por lo que se puso en marcha una acuciosa investigación.

Solo tres días después de este incidente, el cuerpo de otra prostituta, llamada Virginia Johnson, le indicó a la policía que el asesino había vuelto a atacar. Era la séptima víctima y aun no había ninguna pista que llevara a los investigadores a pensar que aquello acabaría pronto. El oficial de Policía, Gary Terry, se encontraba impactado ante los sucesivos crímenes. El hombre que buscaban no estaba ocultando los cuerpos de sus víctimas… no estaba enterrándolos. Simplemente los abandonaba para que fuesen encontrados, y procuraba dejarlos en posiciones denigrantes y grotescas.

El 12 de noviembre, Terry recibiría una nueva llamada… el asesino había vuelto a las andadas. Kimberly Swann era una prostituta que trabajaba en el mismo bar donde lo hacía Lana Long, la primera víctima. Solo con ver la posición del cuerpo, Terry supo que se trataba del mismo homicida. Era la octava prostituta asesinada en Tampa. La evidencia comenzaba a acumularse; pero no se llegaba a ninguna conclusión satisfactoria.

Sin embargo, el caso tomó un giro inesperado cuando los análisis de la ropa de Lisa McVay, la chica de 14 años que había sido secuestrada durante 26 horas por un violador, dio como resultado la presencia de fibras de nylon color rojo. Estas eran exactamente iguales a las halladas en los cadáveres, lo que sorprendió enormemente a la policía. Por lo visto, pertenecían a una alfombra de ese color, y por la cual pasaron todas las víctimas.

La primera pregunta que comenzó a acosar a los investigadores, fue: ¿Era realmente posible que un desalmado psicópata y asesino en serie, que masacraba a mujeres sin piedad, dejara en libertad a una chica que tenía secuestrada, corriendo el riesgo de ser identificado y atrapado? No parecía lógico. Sobre todo si consideramos que el asesino había llegado a un punto en el que quitar una vida más, no haría gran diferencia.

Sin perder tiempo, los agentes interrogaron a Lisa, y ésta recordaba bien el vehículo y todas sus características, a pesar de que iba vendada. Describió a su captor gracias al tacto, e incluso recordaba parte del recorrido en auto, y guió a los policías hasta unos departamentos en donde, en teoría, podría haber permanecido esas 26 horas de terror.

Realmente era una chica muy, muy lista. Gracias a ella, los policías tenían la primera pista sólida de la identidad del sospechoso, y no solo eso. Lisa McVey había visto en detalle el vehículo de su captor, justo por debajo de la venda que tenía sobre los ojos. El automóvil era de color rojo anaranjado, con asientos de cuero blanco, alfombrado interior rojo (de donde provenían las fibras de nylon) y una chapa que decía la palabra «Magnum» en el tablero del copiloto.

Con esta importante información, la policía revisó los registros de todos los Dodge Magnum rojos que estaban circulando en el estado, y finalmente dieron con uno. Dos policías detuvieron a su conductor y éste se mostró muy cooperador, permitiendo incluso que los oficiales tomaran fotografías del interior del vehículo.

Con las fotografías de varios sospechosos, incluyendo la del conductor del Dodge Magnum, los detectives se reunieron con Lisa McVey. La muchacha no dudó en ningún momento, y señaló al amable conductor del vehículo rojo. Su nombre era Robert Joe Long, de 31 años.

Los policías organizaron un equipo de vigilancia para seguir cada uno de los pasos del sospechoso. Lo siguieron hasta un cine, en donde cuatro agentes lo vigilaban dentro de la sala, mientras veía una película. Al mismo tiempo, otros oficiales se acercaban cautelosamente al Dodge Magnum estacionado.

Gary Terry se encontraba comunicado por radio con los agentes, y les pidió que revisaran las marcas de los neumáticos, corroborando que estos coincidían perfectamente con las huellas encontradas en las escenas de los asesinatos. Finalmente, y tras ocho meses de incansable búsqueda, tenían al asesino. Bobby Joe Long se entregó sin oponer resistencia.

Hasta el momento, la policía se encontraba investigando ocho asesinatos vinculados con Bobby Joe Long; sin embargo éste reconoció haber matado a un total de 10 mujeres, y no solo eso, sino que se declaró culpable de más de 50 violaciones, cometidas años antes. Definitivamente la policía había dado con un monstruo… un asesino serial de tomo y lomo. ¿Pero quién era Bobby Joe Long y por qué mataba?

Robert Joseph Long nació el 14 de octubre de 1953, en Kenova, Oeste de Virginia. Su madre, Louella Long, se mudó en 1953 con el pequeño Bobby Joe, de dos años de edad, a Florida, en busca de una nueva vida. Recientemente separada, estaba convencida de que la afamada «Ciudad del sol» podía convertirse en el lugar ideal para criar a su hijo. Sin embargo, las cosas no saldrían nada bien apara ambos en los años venideros.

Bobby Joe resultó ser un chico con muy mala suerte… sumamente propenso a diversos accidentes que, según algunos expertos, podrían explicar parte de su condición como futuro asesino serial. Siendo muy pequeño, se cayó de un «sube y baja», perdiendo el conocimientos y enterrándose un palo dentro de un ojo. Por fortuna no lo perdió.

Pocos años más tarde, fue atropellado por un automóvil y debió ser hospitalizado. Este tipo de accidentes pueden causar tremendos e irremediables daños cerebrales, los cuales parecían sucederse uno tras otro en el caso del pequeño Bobby. En la escuela, ya había mostrado un alto grado de déficit atencional, lo que comenzó a incrementarse tras estos accidentes. Como si fuese poco, una malformación en su mentón lo mantuvo en un complejo tratamiento de frenos dentales… y los problemas para Bobby recién estaban comenzando.

Louella Long, buscó trabajo como mesera; pero el dinero no alcanzaba. Es, entonces, cuando consigue empleo en un bar llamado «Big Daddy», al cual debía asistir muy liviana de ropa. Bobby Joe se enfurecía cuando su madre iba a trabajar a aquel lugar. Louella era una mujer sumamente atractiva, y los hombres la cortejaban en todo momento.

El mayor problema ocurrió cuando Louella comenzó a llevar distintos hombres a su hogar, a vista y paciencia del pequeño Bobby. La relación entre ambos comenzó a deteriorarse rápidamente. Durante varios años, Bobby y su madre habían dormido en la misma habitación. Al acercarse a la pubertad, Bobby Joe comenzó a sentir cierta atracción por su madre. El muchacho tenía rabia y vergüenza porque se excitaba, debido a que se encontraba en pleno despertar sexual, mientras ella se paseaba por la casa semidesnuda.

Existe un momento, en la pubertad de un niño, en el cual se comienzan a desarrollar sexualmente. Es un período complejo, en el cual experimentan sensaciones nuevas y desconocidas. Reaccionan involuntariamente ante el cuerpo de una mujer, y muchas veces suele ser incómodo. Peor aun si esto ocurre con su propia progenitora.

A pesar de todo, Louella siempre trató de ser una buena madre. Todo lo que ocurría en casa, con Bobby, lo atribuía a celos infantiles por parte de su hijo. Sin embargo, Bobby Joe recordaría por siempre una ocasión en la cual ambos se fueron de vacaciones a la playa, y él casi se ahoga. Tuvieron que rescatarlo, y su madre no se había percatado porque se encontraba coqueteando con un hombre, en vez de estarlo vigilando. Todo aquello fue generando una ira incontenible en aquel chico.

Es a la edad de 11 años cuando un nuevo golpe remeció la autoestima del niño. Bobby Joe Long comenzó a desarrollar senos. Sus compañeros de escuela comenzaron a molestarlo de forma permanente. Cuando salía con otros chicos a la piscina, jamás se quitaba la camiseta.

Pronto, tuvo que acudir al médico, en donde se descubrió que Bobby había nacido con un cromosoma X extra (Síndrome de Klinefelter), lo que producía que su cuerpo se manifestara de forma femenina. Evidentemente, resultaba bastante vergonzoso para él.

Cuando cumplió 13 años, debió someterse a varias cirugías para extraerle los senos, algo que también resultó vergonzoso, además de doloroso. Todos estos factores, según algunos especialistas que analizaron posteriormente el perfil de Long, habrían hecho que desarrollara un gran odio hacia las mujeres.

Pero a pesar de aquella rara condición, Bobby había conseguido una novia antes de someterse a las cirugías. La chica, Cindy, se sintió atraída por el muchacho prácticamente de inmediato. Bobby procuraba disimular su problema con camisas anchas, por lo que tampoco resultaba fácil descubrir aquel vergonzoso problema.

Sin tomar en cuenta este detalle, Bobby lucía como un chico normal. Su novia de aquel entonces lo definió como un muchacho divertido y agradable. Era malo en los deportes, no le gustaba perder. A pesar de que algunos de sus amigos lo describirían como un «sabelotodo», se las arreglaba para faltar a clases todas las veces que podía, y sus calificaciones comenzaron a bajar bastante.

A medida que pasaba el tiempo, Bobby se mostraba como un chico cada vez más intransigente con sus compañeros de escuela. Nunca quería perder una discusión, y podía tornarse violento en cualquier minuto. Su actitud temeraria, dejó atónito a los chicos más violentos de su escuela en más de una ocasión. Podía trenzarse a golpes con cualquiera, sin mostrar nerviosismo ni miedo. Todo parecía darle lo mismo.

Incluso cuando salía de pesca con sus amigos, Bobby siempre quería ir más allá. Cierto día, los chicos avistaron un tiburón. Los muchachos solían ir con cañas y arpones para pescar sardinas o truchas; pero Bobby Joe tenía un «arma secreta». Utilizaba un arpón al que le desenroscaba la punta, y en la cual encajaba un casquillo de 12 mm. Un «juguete» bastante peligroso para un adolescente. Emocionado ante la presencia del escualo, Bobby se dirigió hasta él y le disparó en la cabeza. Los chicos quedaron helados, mientras él disfrutaba por lo que había hecho. El pobre animal quedó con el cráneo destrozado.

Bobby Joe Long no terminó la secundaria; sin embargo continuó su relación con Cindy, su eterna novia. Ambos parecían muy felices. Si bien Bobby era un chico travieso, al cual le encantaba jugarle bromas a la gente, era alguien muy atento y cariñoso con su chica.

En 1972, Bobby Joe Long busca encausar [encauzar] su vida y decide unirse al ejército de los Estados Unidos. Destacó permanentemente durante su estancia en el ejército y recibió varias condecoraciones. Al parecer, todo aquello le había venido bastante bien.

El 25 de enero de 1974, Bobby y Cindy contraen matrimonio, concretando así un largo y bello noviazgo. Pero el 14 de marzo de ese mismo año, Bobby Joe Long sufriría un grave accidente en motocicleta. Un hombre mayor no lo vio venir, y lo embistió con su vehículo, haciéndolo volar casi 30 metros antes de aterrizar con la cabeza.

Después de aquel grave accidente, Bobby Joe Long no volvió a ser el mismo. Su apetito sexual se volvió incontrolable. De hecho, las mismas enfermeras que lo atendieron durante su recuperación en el hospital aseguraban que Long se masturbaba varias veces al día entre las sábanas.

Una vez que se recuperó de sus heridas volvió a casa, y Cindy fue la primera víctima de la nueva personalidad de su marido. Exigía sexo varias veces al día y la maltrataba a diario. Ante la más mínima discusión, Long lanzaba a Cindy a la cama, se montaba sobre ella y comenzaba a estrangularla.

Con los años, las palizas comenzaron a intensificarse, hasta que Cindy terminó hospitalizada. La pareja ya tenía dos hijos. De cierta forma aquello había frenado a Cindy para tomar la decisión de divorciarse; pero luego de volver del hospital, cogió una escopeta y apuntó a la cabeza de Bobby mientras este dormía en la habitación matrimonial. La alarma sonó y Long despertó. Vio a su mujer apuntándolo con el arma y le dijo: «Adelante, perra, no tienes las agallas».

Aquello fue el fin de una relación que había comenzado años antes, como un inocente amor adolescente. Cindy terminó por solicitar el divorcio, el cual se le concedió en 1980. Al mismo tiempo, Bobby Joe Long se mudó a Tampa, Florida. Cuatro años más tarde, comenzaría a asesinar prostitutas.

Pero Long había comenzado su carrera criminal una década antes. Solía revisar los anuncios clasificados. Principalmente aquellos en donde el contacto era una mujer que pretendía vender muebles de dormitorio. Se presentaba en el hogar de la vendedora como un interesado, y si esta se encontraba acompañada, observaba el mueble y se excusaba diciendo que no era lo que estaba buscando, para luego retirarse. Pero si la mujer estaba sola, aprovechaba para introducirse en la casa, someterla, violarla y huir. Fue conocido como «El Violador de los Anuncios Clasificados», y la policía nunca pudo atraparlo… hasta 1984.

Bobby Joe Long no mostró jamás arrepentimiento por sus crímenes. Aseguraba que le resultaba imposible detenerse. Que sus deseos sexuales lo atormentaban, y que solo violando y asesinando lograba calmarse por una o dos semanas… a veces un mes. Pero aquello seguía impulsándolo a cometer más y más asesinatos. Jamás se habría detenido si la policía no lo hubiera atrapado.

Por otro lado, la frialdad de sus declaraciones denotaba una personalidad psicópata y narcisista. Long era un sujeto extremadamente temerario y frío, incapaz de sentir compasión. Odiaba profundamente a las mujeres y, por sobre todo, a las prostitutas. Pero, entonces ¿Qué lo llevó a perdonarle la vida a la pequeña Lisa McVay después de secuestrarla durante 26 horas? ¿Realmente las palabras de la chica habían tocado alguna fibra en el corazón de este monstruo?

Algunos psiquiátras creen que debido a que McVay era una menor de edad, inocente y confiada, despertó en Long una contradicción. Odiaba a las mujeres, sí; pero todas sus víctimas habían sido prostitutas. Aquellas mujeres que negociaban con su cuerpo, que vestían ligeras de ropa y que se arriesgaban en las calles de Tampa Bay. Lisa, por el contrario, podía representar para Long, la inocencia que le hubiese gustado ver en su propia madre, cuando llevaba a distintos hombres a su casa cuando él era pequeño.

Durante el juicio, Long se confesó culpable de cada uno de los crímenes. Parecía que quería colaborar. Su relato carecía de emoción, y contrastaba con la dulce voz con la que iba describiendo los asesinatos. Sin embargo, en un momento se mostró enfadado. Llegaría a escupir a una de las cámaras en un arrebato de ira. Quizás esa actitud sería la única que retrató al brutal e iracundo asesino que tenía atemorizadas a todas las mujeres de Tampa. Uno de los pocos momentos en los cuales Long dejó caer su máscara de normalidad ante el jurado y los medios de comunicación.

El jurado fue unánime a la hora de condenarlo a muerte. Posteriormente, Long declararía: «Lo que me mata es que la mayoría de las muchachas a las que violé eran drogadictas y prostitutas. No quiero decir que merecían morir, pero tampoco eran unas santas. Yo estoy enfermo. No soy un asesino, no como los otros tipos que hay aquí, en el corredor (de la muerte). Pero eso no cuenta para la corte o para el gobernador. El maldito Bob Graham necesita matarme para reelegirse, al igual que lo hizo con Ted Bundy».

Aun está a la espera de ser ejecutado en la cárcel de Florida. Actualmente tiene 62 años.

Aunque este caso pudo resolverse, las preguntas salen a flote casi de forma inmediata: ¿Long fue víctima de una vida perturbada o simplemente nació para matar? ¿Fueron los traumas cerebrales los que lo llevaron a transformarse en un asesino en serie, o el odio hacia su madre y las mujeres? En un par de entrevistas, Long asegura que se trataba de un deseo incontrolable. A pesar de que afirmó haber tratado de lidiar con éste, terminó por convertirse en uno de los asesinos seriales más trascendentes de los Estados Unidos.

Lisa McVay, la chica que fue secuestrada y violada por Long cuando solo tenía 14 años, en 1984, hoy trabaja como agente de policía de Florida. Aquel episodio la inspiraría para tratar [de] ayudar a la comunidad y evitar que hechos como los que ella misma vivió se repitan.


Bobby Joe Long: el hombre de la luna llena

José Luis Durán King – Operamundi-magazine.com

17 de junio de 2010

Algunos especialistas de la conducta consideran a los asesinos seriales como los hombres lobo de nuestro tiempo. A Bobby Joe Long fue necesario operarlo para detener su transformación, aunque su temperamento siempre sufrió cambios durante la luna llena.

Aquella noche de noviembre de 1983 fue diferente para Bobby Joe Long. Llevaba siete meses de actividad febril, en la que había cometido ocho asesinatos. Se sentía mal consigo mismo, pero ya no podía parar. Al contrario, las cosas estaban empeorando. Durante ese periodo había ligado «mujeres fáciles» en los bares, calles o a través de anuncios clasificados. Una vez que estaban a su lado, las conducía a caminos rurales poco transitados, las sometía, violaba y estrangulaba antes de abandonar los cuerpos al lado de las carreteras. Aunque esto último sólo ocurría con las prostitutas.

Nativo de West Virginia, a Bobby Joe Long le sentó bien el aire fresco de Tampa, Florida, donde era uno más de los residentes del lugar. Cortejaba chicas, trabajaba en lo que fuera y obtuvo un diploma como técnico en rayos X. Fue en esa ciudad, sin embargo, en la que sufrió un accidente de motocicleta que le causó diversas lesiones, entre ellas, una fractura severa de cráneo que lo dejó inconsciente por varias semanas.

Al abandonar la inconsciencia, Long ya no fue el mismo. Ahora se enojaba fácilmente. El ruido lo sacaba de sus casillas. Era violento a la menor provocación, además de que su apetito sexual se volvió insaciable. A su esposa, Cindy Jean Guthrie, le exigía sexo hasta en cuatro ocasiones por día, lo que no le impedía masturbarse en los intervalos. Tenía, asimismo, fantasías sexuales con las amigas y hermanas de su cónyuge, y su mayor deseo era participar en orgías en las que las mujeres fueran humilladas.

De acuerdo con sus propias declaraciones, Long dormía profundamente durante varias horas y, al despertar, no sabía si sólo había soñado el asesinato de una mujer o si éste había ocurrido en la realidad. Tenía que ir por el periódico y enterarse, sin emoción de por medio, de los misterios que rodean a las mujeres que trabajan en las calles y bares de Tampa, del dolor que dejan en sus familias las personas asesinadas, de la fuerza especial que recién se había creado para intentar atrapar al hombre lobo que atacaba, invariablemente, cada mes, cada nuevo ciclo de luna llena.

Ngeon Thi, desnudista de un bar de la avenida Nort Nebraska, fue la primera víctima mortal de Long. Ngeon era prostituta y Long aborrecía a las prostitutas, a quienes consideraba mujeres agresivas sin vínculos con ningún hombre. Por el resto de las mujeres, Long sentía compasión. Por ejemplo, por las amas de casa que se anunciaban en los periódicos de Fort Lauderdale y Ocala, por las que a Long le valió el mote de El Violador de los Anuncios Clasificados.

En descargo del asesino hay que apuntar que en muchas de sus citas sólo platicó amenamente con las jefas de hogar. «Se sorprenderían de lo que algunas de ellas me dijeron», afirmó durante su confesión. Pero aquella noche de noviembre de 1983 era diferente…

No merecía morir

Pasaba la medianoche, cuando Bobby Joe Long vio a una joven en bicicleta. Por la hora que era dedujo que la muchacha era agresiva y problemática. Long se escondió entre unos arbustos. Cuando la chica pasó frente a él, actuó rápidamente y la maniató, iniciándose así una odisea de 26 horas antes de que la víctima fuera liberada.

Pero los cálculos del agresor en esa ocasión fallaron. La joven no era agresiva. Todo lo contrario: era una verdadera víctima. Pertenecía a una familia pobre y su padrastro carecía de empleo, pues estaba confinado a una silla de ruedas. Le contó a Long que la habían violado de niña. Ahora tenía que trabajar en una tienda de donas hasta altas horas de la noche para contribuir al sustento familiar, además de asistir a la escuela.

Long estaba frente a una joven que no era prostituta, que no manipulaba a los hombres, que no merecía morir. Condujo varias horas en compañía de la chica quien, no obstante que traía los ojos vendados, pudo ver varios elementos que a la postre servirían para aprehender al asesino. Pese a todas sus consideraciones, Long violó a su víctima, pero no como lo había hecho antes. Después condujo de vuelta al lugar en el que la había secuestrado y la dejó en libertad.

Bobby Joe Long sabía que sus días como asesino estaban contados, que la chica acudiría a la policía y contaría todo lo que vio. Pero quizá algo en la conciencia le dijo que ya no podía continuar adelante.

Dos días después, Long conducía por las afueras de Tampa del Norte cuando observó que un auto hacía eses. La unidad era manejada por una mujer en estado de ebriedad. Long se emparejó a ella y la convenció para que continuaran la fiesta juntos, en un solo carro, en el de él.

Al bajar del auto, Long vio que su invitada era una dama enorme que resultaría difícil de maniatar. De inmediato, la mujer le desagradó. Pese a todo continúo con su plan. En el momento en que la acompañante estuvo a su lado, Long la atacó. Ella empezó a gritar y a defenderse. A intervalos, la mujer se callaba, pero al parecer sólo para tomar fuerza y volver a gritar, esta vez con mayor energía. Long pudo sujetarla del cuello y apretó lo necesario para desmayarla. Mientras era despojada de su ropa, la mujer volvió en sí y gritó nuevamente.

En esta ocasión, Long apretó el cuello de su rehén hasta asfixiarla. Con el cadáver desnudo en el asiento del copiloto, Long manejó por Tampa del Norte durante horas. Nadie lo importunó ni siquiera cuando se detuvo a cargar gasolina. Finalmente se deshizo del cuerpo sin haberlo violado. Cuatro días después de este episodio, Long, de 31 años, fue arrestado.

Ambigüedad sexual

Cuando Bobby Joe Long tenía 11 años sus senos comenzaron a crecer. Su aspecto lo avergonzaba, sobre todo cuando vestía playeras, ya que parecía una colegiala en pleno desarrollo. Algunos miembros de su familia habían sufrido la misma disfunción congénita del sistema endocrino, por lo que el médico recomendó la cirugía. Más de seis libras de tejido adiposo fueron removidas del pecho del muchacho. Lo que no pudo ser removido de la naturaleza de Long fue la experiencia de un ciclo lunar protomenstrual.

En su confesión, Long dijo: «Incluso ahora, siempre puedo adivinar cuando hay luna llena. Enloquezco cuando la luna está llena. No puedo estar sentado ni en paz. Sé cuando hay luna llena, aunque no la pueda ver».

El temor de Long por transformarse en otro dificultó aún más las relaciones del joven con las mujeres. Cuando era niño, su madre se divorció y decidió que se mudaran a Florida. Para sacar lo de los gastos, Louella Long trabajaba de noche y se acostaba con diferentes hombres. Y, debido a que la madre cambiaba continuamente de empleo, debían asimismo mudarse del vecindario. Bobby Joe Long, nunca tuvo amistades duraderas. Al contrario, siempre fue el chico nuevo del barrio, el que tenía que soportar las ofensas que los demás niños hacían con respecto a los cascos ligeros de Louella.

Anuncios arriesgados

De 1980 a 1983, Bobby Joe Long cometió más de 50 delitos en Florida como El Violador de los Anuncios Clasificados, y aterrorizó a las comunidades cercanas de Fort Lauderdale, Ocala, Miami y condado Dade. Llamaba a los números que aparecían en los anuncios y fingía interés por los artículos en venta; hacía citas por la mañana -cuándo había más posibilidades de que las amas de casa estuvieran solas- y, una vez dentro de la casa, violaba a las mujeres y robaba algunos objetos.

Incluso cuando Long comenzó su saga de asesino, nunca descuidó sus actividades como violador. Lo extraño en todo esto es que nunca asesinó a alguna ama de casa, sólo mataba a las mujeres que, según él, manipulaban a los hombres.

Long fue condenado a muerte por la corte de Florida. «Lo que me mata es que la mayoría de las muchachas a las que violé eran drogadictas y prostitutas. No quiero decir que merecían morir, pero tampoco eran unas santas. Yo estoy enfermo. No soy un asesino, no como los otros tipos que hay aquí, en el corredor (de la muerte). Pero eso no cuenta para la corte o para el gobernador. El maldito Bob Graham necesita matarme para reelegirse, al igual que lo hizo con Ted Bundy», declaró Bobby Joe Long al conocer su sentencia.


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