Pedro Alonso López


Pedro Alonso Lopez

Detalles del caso – El Monstruo de los Andes

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Pedofilia – Violación
  • Número de víctimas: 57 – 300 +
  • Fecha del crimen: 1969 – 1980
  • Fecha de detención: 9 de marzo de 1980
  • Fecha de nacimiento: 8 de octubre de 1948
  • Perfil de la víctima: Niñas de entre 9 y 12 años de edad
  • Método del crimen: Estrangulación
  • Lugar: Varios lugares, Colombia, Ecuador, Perú
  • Estado: Condenado a 16 años de prisión en Ecuador el 25 de enero de 1981. Puesto en libertad el 31 de agosto de 1994. Detenido una hora después por inmigración ilegal y extraditado a Colombia, cuyas autoridades le acusan de un asesinato cometido 20 años antes. Considerado mentalmente inimputable fue internado en un hospital psiquiátrico en Bogotá. Declarado cuerdo en 1998, fue puesto en libertad. Desde entonces se desconoce su estado y paradero.

Pedro Alonso López

Wikipedia

Pedro Alonso López (Ipiales, Nariño, Colombia, 8 de octubre de 1948), también conocido como el Monstruo de los Andes, es un asesino en serie colombiano que tras su captura en 1980 confesó el asesinato de más de 300 niñas y jóvenes en Colombia, Ecuador y Perú. Se le da el crédito de ser la persona con más asesinatos de toda la historia.

Si bien no se pudo establecer con certeza el número de homicidios ya que buena parte de sus cuerpos no aparecieron y los actos violentos se llevaron en regiones aisladas por ello se carece de cifras confiables. En su confesión reconoció a los investigadores que había asesinado por lo menos a 110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia, y «muchas más de 100» en Perú. Y logró ubicar un campo en Ambato Ecuador donde se hallaron 53 cuerpos, y 4 más en otros lugares. Si bien en otros puntos señalados por él no se hallaron cuerpos. Si se le da crédito a su versión, Pedro Alonso López es el asesino en serie que más asesinatos ha cometido.

Infancia

Pedro Alonso López nació en el municipio de Ipiales, Nariño y a los seis meses, su madre se mudó a El Espinal departamento de Tolima en 1948 en la época conocida como “La Violencia” periodo de guerra civil no declarada que provocó cerca 200.000 muertes.

Era el séptimo hijo de un total de trece hermanos, hijos de una prostituta de pequeña estatura, y tuvo una infancia infeliz por la violencia, por el excesivo control de su madre y la ausencia de la figura paternal.

En 1957 con 9 años de edad fue sorprendido por su madre intentando mantener relaciones sexuales con su hermana menor y fue desterrado de la casa. Vivió en estado de indigencia como habitante de calle en Bogotá y fue abusado sexualmente. A la edad de 12 años fue adoptado por una familia estadounidense. Pero una nueva agresión sexual por parte de un profesor le hizo huir de nuevo y volver a las calles.

En 1969 con 21 años de edad fue encarcelado por hurto y en prisión fue abusado por tres presos; decidió no volver a ser una víctima y los asesinó días después. Como fue declarada defensa propia, solo se le añadieron 2 años de condena.

Actividad criminal

A su salida de prisión en 1978, Pedro viajó extensamente por todas partes del Perú. Durante este tiempo, que él más tarde reconoció, había empezado a atacar violentamente y asesinar por lo menos 100 muchachas jóvenes de tribus locales por toda la región. La verdad es que es imposible verificar estas denuncias, pero lo que sí se sabe es que fue capturado por un grupo de Ayacuchanos, en el centro sur del Perú, mientras intentaba secuestrar a una muchacha de tan solo 9 años de edad.

Los ayacuchanos le despojaron de sus ropas, pertenencias y lo torturaron durante varias horas antes de decidir enterrarlo vivo. No obstante, tuvo la suerte de su lado, porque un misionero americano intervino y convenció a sus captores que el asesinato era impío y que deben entregar a Pedro a las autoridades. Ellos consideraron esta posibilidad y entregaron a su prisionero a las autoridades peruanas. Las autoridades judiciales y policiales no quieren perder el tiempo en investigar la denuncia de las pequeñas tribus y el Gobierno peruano deporta a Pedro a Ecuador.

En su retorno a Ecuador, Pedro empezó a viajar alrededor de la región, incluso frecuentemente se detiene en Colombia. Las autoridades pronto empezaron a relacionar un acrecentamiento en casos de personas desaparecidas, más concretamente a muchachas jóvenes, sin embargo, rápidamente concluyeron que se estaba produciendo debido al crecimiento de la demanda de esclavos sexuales y trata de mujeres.

En abril de 1980, una riada inunda Ambato (Ecuador) y esto causó que las autoridades tomaran de nuevo al archivo de casos de las personas desaparecidas cuando las aguas rabiosas desenterraron los restos de cuatro niñas. Mientras era difícil por los especialistas determinar las causas de las muertes, concluyeron que las muchachas que habían encontrado, obviamente alguien se había tomado las molestias de esconder sus cuerpos a ojos entrometidos.

Captura y confesión

Días después de la riada, una mujer de la localidad, Carvina Poveda, se dirigía a realizar sus compras a un supermercado local con su hija María, de 12 años de edad, cuando un hombre desconocido intentó raptar a la muchacha. Carvina pidió ayuda para detener al hombre que trataba huir del supermercado con su hija en brazos. Comerciantes locales acudieron rápidamente a prestar su ayuda, capturaron al hombre antes de que pudiera escapar y lo retuvieron hasta la llegada las autoridades.

Pedro se encontraba muy tranquilo cuando la policía llegó a la escena. Cuando regresaron a la comisaría principal con su sospechoso, su primera conclusión fue que tenían a un loco en custodia.

Una vez en la oficina principal de la comisaría, Pedro se negó a cooperar con las autoridades y permaneció en silencio en todas las preguntas del interrogatorio. Los investigadores pronto se dieron cuenta de que tendrían que emplear una estrategia diferente para hacer hablar a su sospechoso. Uno de los funcionarios pronto sugirió que llamaran a un sacerdote, el Padre Córdoba Gudino, que conoció en prisión y mantuvo conversaciones en una celda con Pedro. El diseño de la estrategia de la policía era que el Padre Gudino se ganara la confianza del sospechoso y reconociera sus crímenes.

Al momento, Pedro empezó a hablar, y al día siguiente, ya había revelado actos tan repulsivos de violencia al Padre Gudino, que este no pudo oír ninguno más y pidió que le sacaran de la celda. Las siguientes y breves entrevistas con el Padre Gudino, proporcionaron a los investigadores pruebas contra Pedro acerca de las recientemente evidencias de asesinatos y maltratos. Pedro confesó a los investigadores que había asesinado por lo menos a 110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia, y «muchas más de 100» en Perú.

«A mí me caen bien a las muchachas en Ecuador -dijo-, son más dóciles y más confiadas e inocentes, no son como las muchachas colombianas que sospechan de extraños.»

En el curso de sus confesiones, Pedro achacó sus crímenes a su dura vida y a una adolescencia difícil y solitaria.

«Perdí mi inocencia a la edad de ocho años» explicó, «así que decidí hacer lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera.»

Cuando se le preguntó cómo seleccionaba y convencía a sus víctimas para después cometer sus crímenes, Pedro explicó que a menudo buscaba sus blancos con «una mirada segura de inocencia.» Siempre buscaba sus víctimas a la luz del día, porque no quería que la oscuridad escondiera sus verdaderas intenciones de matarlas.

Cuando se le preguntó qué hacía con estas víctimas, Pedro explicó que primero violaba a su víctima, y entonces la estrangulaba mientras miraba fijamente sus ojos. Quería tocar el placer más profundo y de la excitación sexual más profunda antes que su vida se marchitara. Siguió declarando que el horror continuaría aun después de su muerte.

Inicialmente la policía se mostraba escéptica ante las espantosas confesiones, casi increíbles de Pedro, los enlaces con Perú y Colombia eran incapaces de demostrar lo contrario. Como Pedro se dio cuenta de que investigadores dudaron de las pruebas de sus demandas, ofreció llevarlos a varios lugares donde él mismo había enterrado a los cadáveres por todas partes del país. Los investigadores estuvieron de acuerdo y dispuso el diseño de un plan de acción.

Los siguientes días después de su confesión inicial, se requiere a Pedro desde la comisaría principal para que pueda dirigir una caravana policíaca a sus sitios de enterramiento. Las dudas de los investigadores pronto empezaron a desaparecer cuando Pedro los llevó a un apartado área en la vecindad de Ambato, donde descubrieron los cadáveres de 53 muchachas, de edades comprendidas entre ocho y doce años. Durante todo el día Pedro los llevó a 28 nuevos sitios, y en cualquier lugar que realizaban excavaciones no se descubrieron otros cuerpos. Algunos de los investigadores opinaron que animales probablemente esparcieron los restos y las riadas habían “lavado” el terreno.

De regreso a la comisaría, se anotaron más de 57 cuerpos asesinados, de cualquier modo que Pedro repitió la cantidad de 110 como resultado de sus crímenes tal y como se registraron en sus confesiones. El director de asuntos de la prisión, Vencedor Lascano, más tarde explicó: «Si alguien confiesa autor de cientos de asesinatos y se encuentran más de 57 cadáveres, debemos creer lo que dice». Lascano también dijo a ese periodista, «pienso que su estimación de 300 es muy baja.»

De cualquier modo, nunca se supo nada más de las declaraciones e investigaciones acerca de estos asesinatos. Lo que sí es conocido es que en 1980, se declaró culpable a Pedro Alonso López del delito de asesinato múltiple y fue sentenciado a pasar el resto de su vida en prisión.

«Está parte del perfil», dijo una vez Robert Ressler, investigador criminalista del FBI, «de los asesinos múltiples, se debe muy a menudo a obsesiones de algún tipo relacionadas con sus madres. Una relación de odio, en idioma popular. Estas madres, habitualmente no son candidatas a madre del año. El hilo común parece ser el elemento sexual, madres que tienen muchos compañeros sexuales, y el hijo lo sabe. Por supuesto, los hijos de prostitutas son los prototipos más probables si se les expone a este tipo de conducta agresiva y desentendida por parte de la madre.»

Estuvo preso en Ecuador hasta 1998 y fue entregado a las autoridades colombianas después de que presentaran un pedido de extradición, y ahí se le recluyó en un hospital psiquiátrico; años después fue declarado sano y puesto en libertad. Según un documental del canal BIO de la cadena A&E, se ha emitido una orden de búsqueda y captura a la Interpol.

Hasta el presente momento no se sabe de su paradero actual, aunque durante su detención un grupo de padres de víctimas manifestó que «se tomarían la justicia por cuenta propia» si Alonso López salía nuevamente en libertad. Se presume que fue ejecutado ilegalmente.

En todo caso no se ha vuelto a saber nada del Monstruo de los Andes, aunque lo más probable es que siga vivo, de lo cual su madre está absolutamente segura pues, según contó, siempre que alguien cercano a ella se ha muerto, su espíritu se le ha “revelado”, cosa que no ha ocurrido con Pedro. Antes de haberlo dejado libre en 1998, las autoridades colombianas debieron de tener en cuenta estas palabras suyas:

«El momento de la muerte es apasionante, y excitante. Algún día, cuando esté en libertad, sentiré ese momento de nuevo. Estaré encantado de volver a matar. Es mi misión».


Pedro Alonso López – El Monstruo de Los Andes

Asesinos-en-serie.com

15 de agosto de 2012

Este asesino confesó haber violado y asesinado más de 300 niñas. Su ruta de sangre pasó por Los Andes de Colombia, Ecuador y Perú. Siempre mataba a las víctimas de día, pues adoraba el “momento divino” en que observaba “cómo se iba apagando la luz de sus ojos”.

Nacido en la miseria

Pedro Alonso López nació en 1948 en Santa Isabel, dentro del departamento colombiano de Tolima. Su padre, Megdardo (o Medargo) Reyes, fue miembro del Partido Conservador de Colombia: murió víctima de un cruce de balas acaecido en medio la guerra civil de aquel entonces, justo seis meses antes del nacimiento de Pedro Alonso. Así, a Pedro le tocó nacer sin padre y como el séptimo de 13 hijos, en medio de un hogar marcado por la pobreza.

A los pocos meses Pedro fue llevado a la población de El Espinal. Allí, según Pedro, su madre Belinda López Castañeda ejercía la prostitución en casa y sus hijos, que dormían todos en una gran cama (pequeña para tantas personas) cuya habitación estaba separada por una insignificante cortina, veían y/o escuchaban las obscenas interacciones de su madre con los clientes.

Años después, intentando justificar un tanto sus infamias, Pedro diría que su madre fue una mujer dominante, maltratadora y tirana, una mujer que, tras sorprenderlo palpando los pechos de una hermana menor en medio de un intento por tener sexo con ella, lo expulsó de la casa e incluso, cuando Pedro regresó al día siguiente, se encargó de meterlo en un bus y abandonarlo a unas 200 millas de casa.

A los ocho años Pedro abandonó su hogar. Él dice que su madre lo echó al encontrarlo manoseando los senos de una hermana menor, pero su madre no solo niega esto sino que además agrega que nunca lo maltrató, que fue afectuosa con él y que creyó que lo habían raptado el día en que él desapareció.

Muy distinta es sin embargo la versión de doña Belinda, quien dijo que fue una madre cariñosa y hasta comentó, recordando con cierto cariño, que Pedro Alonso quería ser profesor cuando era niño. Además agregó que nunca lo encontró tocando los pechos de su hermana y que nunca lo echó de casa. En relación a eso, un documental de Biography Channel —en el cual la madre de Pedro declara todo lo susodicho—afirma que en realidad Pedro escapó y que su madre creyó que lo habían secuestrado, ante lo cual lloró desconsoladamente y después habló con un supuesto testigo, quien dijo haber visto a Pedro yendo a Cali con un hombre.

En todo caso, Pedro terminó en las peligrosas calles de Colombia, un país que en aquel entonces tenía una tasa de criminalidad mucho mayor a la de cualquier otro país; y Pedro, con tan solo ocho años, habría de comprobarlo por cuenta propia.

La raíz del mal

Cierto día, cuando Pedro estaba en las calles, un hombre mayor se acercó amablemente a él para ofrecerle comida y un lugar para vivir. Ante tanta generosidad y una actitud de compasión aparente, el ingenuo niño aceptó y se fue con el extraño. Después, en vez de alimentarlo, el hombre lo llevó a un edificio abandonado y lo sodomizó no una, sino muchas veces, tras lo cual lo dejó abandonado en la calle.

Años después, Pedro dijo que había llegado a ser lo que era por el impacto que le produjo ver a su madre prostituyéndose y, aún más, por la violación de la que fue víctima a sus ocho años: “Perdí mi inocencia a la edad de ocho años, así que decidí hacer lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera”.

Un rescate temporal

Luego de su terrible experiencia Pedro se volvió temeroso y desconfiado ante los extraños. Fue éste Pedro traumatizado el que en medio de las calles aprendió el lenguaje de la violencia.

Como muchos niños, Pedro estaba expuesto a posibles abusos por parte de adultos extraños. Era un “gamín” (así les dicen a los niños de la calle en Colombia) y como tal tenía que asociarse a otros gamines si quería sobrevivir. Pero tal asociación no estaba exenta de terribles males: fue entre los gamines de su grupo donde aprendió a fumar bazuco (forma impura y muy tóxica de la cocaína) y donde a veces tuvo que participar en las espantosas peleas a cuchillos que se daban entre grupos de gamines cuando había disputa por bancas u otros lugares propicios para dormir como callejones o edificios abandonados.

Esos, y otros males como tener que buscar comida en la basura, fueron las cargas que Pedro soportó hasta que a sus nueve años, después de andar de vagabundo unos días en Bogotá (a la cual llegó por su cuenta), fue rescatado por una pareja de ancianos estadounidenses.

Naturalmente Pedro aceptó al ver que, tratándose esta vez de un hombre que tenía a su mujer y que además era bien mayor, la situación no podía ser peligrosa. Además en ésta ocasión la actitud del potencial benefactor estaba acompañada de comida caliente y lucía mucho más sincera que la primera vez.

Durante unos tres años todo marchó bien: tenía comida, educación y buen trato por parte de la pareja.

De vuelta a las calles

Pedro parecía destinado para la mala vida pues aquellos tres años acabaron de forma abrupta cuando cierto día un profesor lo violó.

Lo normal hubiese sido que Pedro se queje o que, como en tantos casos similares, calle por miedo y aguante la situación hasta que pase. Sin embargo el caso fue que aquella violación desató toda la ira que a sus cortos doce años Pedro llevaba dentro, por lo que impulsivamente fue, tomó (robó) dinero de una oficina de la escuela y se marchó para nunca volver.

Seis fueron los años que Pedro sobrevivió en las calles tras renunciar a su vida con la pareja americana. Por un tiempo buscó trabajo pero nunca consiguió nada debido a su nula experiencia laboral y su escasa formación académica. Entonces comenzó a vivir de pequeños hurtos, sufriendo frecuentes detenciones de la Policía, en las cuales siempre era soltado (por ser menor de edad y por la poca gravedad de sus delitos) pero jamás sin recibir antes una buena paliza.

Siendo ya un adolescente mayor (casi un adulto), Pedro logró convertirse en un habilísimo ladrón de automóviles, tan hábil que incluso llegó a ser admirado por los novatos del ámbito, bien pagado y muy solicitado por los que controlaban el negocio.

A pesar de eso su habilidad no fue suficiente para evitar que lo detuvieran en 1969, cuando contaba con 21 años y ya se lo podía enviar directamente a la cárcel, donde en efecto fue a parar tras ser sentenciado a siete años de prisión.

Descubriendo el placer de matar

No pasaron sino dos días cuando el fantasma del pasado regresó para atormentar a Pedro. Así y sin razón aparente, dos reclusos mayores lo agarraron, lo sometieron y le hicieron aquello que anteriormente tanta rabia le había provocado: violarlo.

Esta vez Pedro sabía que podía vengarse puesto que ya no era una criatura de 8 o 12 años. Decidió entonces ir en busca de un cuchillo de la prisión para así cortarles el cuello a sus violadores.

El castigo por tal venganza fue de dos años adicionales de prisión, ya que el acto fue considerado como un asesinato en defensa propia.

A nivel de su evolución criminal esos asesinatos, según la opinión de algunos expertos, hicieron que él se dé cuenta del gran placer que le producía matar, por lo que si antes de eso era un violador pedófilo en potencia, después de eso ya había dado el paso psicológico para, en un futuro próximo, sumar el placer de asesinar al placer de violar.

Durante el tiempo que permaneció en prisión, el odio de Pedro hacia su madre se sumó a su consumo de pornografía para fortalecer en él la dañina imagen que tenía del sexo opuesto: una imagen correspondiente a una visión peyorativa, deshumanizante y fuertemente marcada por un proceso de cosificación de la mujer.

Finalmente, pese a la condena que le había sido dictada, salió libre en 1971 a sus 23 años.

El Monstruo de Los Andes

Tras su liberación, Pedro Alonso viajó por Colombia, Ecuador y Perú. Su ruta precisa no se sabe con certeza, pero lo cierto es que sus víctimas eran niñas de entre 8 y 13 años, pobres y prácticamente siempre de raza indígena, raza que por lo general se concentra en las elevaciones de una cordillera que atraviesa los tres países en los que el sanguinario asesino regó sangre inocente: la Cordillera de Los Andes.

El castigo de los ayacuchos

Fue después de su liberación a los 23 años cuando, en el inicio de su sangrienta ruta, Pedro Alonso recorrió casi todo Perú dejando a su paso 100 chicas muertas.

Sin embargo, al final de esa odisea criminal, Pedro recibió un aleccionamiento por parte de los indios ayacuchos cuando, en el norte del Perú (no se sabe el punto exacto), fue sorprendido por un grupo de éstos en el intento por llevarse a una niña de 9 años para abusar de ella. Entonces y tras darse cuenta de que habían dado con el monstruo detrás de tantas niñas desaparecidas en la zona, lo ataron y lo torturaron durante horas (haciéndole cosas como frotarle la ortiga) hasta que finalmente resolvieron darle una muerte lenta y terrible de la que lastimosamente fue salvado.

Cuenta López al respecto: “Los indios en el Perú me habían atado y enterrado en la arena hasta el cuello cuando se enteraron de lo que les había estado haciendo a sus hijas. Me habían cubierto de miel y me iban a dejar para ser devorado por las hormigas, pero una señora misionera americana vino en su jeep y les prometió que me entregaría a la Policía. Me dejaron atado en la parte trasera de su jeep y se alejó, pero ella me soltó en la frontera de Colombia y me dejó ir. Yo no le hice daño porque ella era demasiado vieja para atraerme”.

Casi seguro es que la versión anterior sea falsa si tenemos en cuenta que los exámenes psiquiátricos determinaron que Pedro Alonso hacía uso de la mentira y, sobre todo, si consideramos que las fuentes más serias (como el documental de Biography Channel y el artículo de trutv) dicen que la misionera, tras convencer a los indios de que el asesinato era impío a los ojos de Dios, realmente sí puso al criminal en manos de las autoridades, por lo cual posteriormente y a consecuencia de que en su habitual negligencia la Policía de Perú se negó a invertir el esfuerzo y el dinero necesario en investigaciones, Pedro fue deportado al vecino país de Ecuador.

Retrato de «el peor de los canallas»

Como se dijo anteriormente, Pedro acechaba a niñas pobres, casi siempre de raza indígena. Nunca mató niñas blancas, ya que, en países como los que él estuvo, la raza blanca es el grupo étnico económicamente menos desfavorecido, mientras que los negros y los indios son los más afectados por la pobreza.

Así, Pedro Alonso era un asesino prudente que intentaba no elegir a aquellas víctimas cuyos padres pudieran tener suficiente dinero como para hacer que la Policía, siempre algo indolente ante la suerte de los pobres, tome cartas en el asunto.

Siguiendo esta misma actitud de prudencia, Pedro Alonso era capaz de seguir por varios días a una niña hasta que se diera el momento en que estuviese sola, momento en el cual hacía cosas como darle regalos y pedirle que lo siga a las afueras, donde supuestamente le daría otro regalo para que lleve a su mamá; también a veces se presentaba como vendedor ambulante o como una persona indefensa y perdida.

Complementariamente, Pedro Alonso podía dejar de seguir a una niña (solía seguirlas por horas si era necesario) si veía que la niña entraba a casa o entraba a una zona en que ya no fuera viable intentar llevársela.

Por estos y otros aspectos como el hecho de que se aseguraba de que sus víctimas estuviesen muertas verificando su respiración o cortándoles las muñecas para ver si la sangre aún bombeaba, los criminólogos nunca han dudado en decir que Pedro Alonso era un asesino organizado. De este modo, incluso renunció a las más apetecibles víctimas: “A menudo seguí a familias de turistas con el deseo de llevarme a sus hermosas hijas rubias. Pero nunca tuve la oportunidad. Sus padres vigilaban demasiado”

Una característica importante de Pedro Alonso era su gusto por la inocencia. Dijo así que “caminaba por las plazas buscando a una niña con cierta apariencia en la cara, una apariencia de inocencia y belleza” y admitió que, debido a su inocencia, las muchachas de Ecuador le gustaban particularmente: “A mí me caen bien las muchachas de Ecuador, son más dóciles, más confiadas e inocentes, no son como las muchachas colombianas que sospechan de los extraños”.

Si nos preguntamos entonces por qué Pedro mataba niñas, tenemos que, según han observado los expertos, éstas eran un símbolo de la inocencia que él mismo perdió en la infancia, inocencia que fantaseaba con arrebatar (en parte para “vengarse”). Cabe no obstante dejar claro que, asociada a esta búsqueda por destruir la inocencia, está la principal finalidad del asesino, finalidad que no es la venganza sino, y a partir de una fijación del deseo sexual en la figura de la niña como consecuencia de traumas sexuales del pasado, es la persecución del placer, por lo cual los criminólogos han catalogado a López como un asesino hedonista.

Con respecto a su tendencia pedófila Pedro dijo: “Es como comer pollo. ¿Por qué comer pollo de edad cuando se puede tener el pollo joven?”. También, y he aquí que se evidencia el aspecto más siniestro de este asesino, unido al deseo pederasta estaba una actitud de atracción y veneración por la muerte: “Quería tocar el placer más profundo y la excitación sexual más profunda, antes de que su vida se marchitara”.

Sería sin embargo aventurado el catalogarlo de necrófilo en el sentido convencional[9], ya que nunca tuvo sexo con cadáveres. Claro resulta pese a lo anterior el que sí existía una cierta pulsión erótica hacia la muerte en tanto que era justo en los momentos previos a la muerte de la víctima cuando el asesino buscaba el máximo orgasmo.

Pero iba más allá. Así, su placer en este aspecto estaba principalmente en el hecho de causar y contemplar la extinción de la vida. Puede entonces y sin la menor duda, adjudicársele al Monstruo de Los Andes la posesión del “carácter necrófilo” de que habló el famoso psicoanalista Erich Fromm: ‹‹La necrofilia en sentido caracterológico puede describirse como la atracción apasionada por todo lo muerto, corrompido, pútrido y enfermizo; es la pasión de transformar lo viviente en algo no vivo, de destruir por destruir, y el interés exclusivo por todo lo puramente mecánico. Es la pasión de destrozar las estructuras vivas››

Vemos así esa “pasión de transformar lo viviente en algo no vivo” en lo subrayado dentro de las siguientes declaraciones de Pedro Alonso López: “A la primera señal del amanecer me excitaba. Obligaba a la niña a tener sexo conmigo y ponía mis manos alrededor de su garganta. Cuando el sol salía la estrangulaba. […] Solo era bueno si podía ver sus ojos. Nunca maté a nadie de noche. Habría sido un desperdicio en la oscuridad, tenía que verlas a la luz del día […]. Había un momento divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello de las niñas y observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos. Solo aquellos que matan saben a qué me refiero”.

Ligada a su carácter de psicópata está la forma en que Pedro Alonso despersonalizaba y hasta cierto punto cosificaba a sus víctimas. Esto se ve en cómo hablaba y jugaba con los cadáveres de las niñas, niñas que para él no eran personas individualizadas con un hombre y una historia propia. Eran simplemente “sus muñequitas” (así les llamaba cínicamente), sobre las cuales cierta vez expresó: “A mis amiguitas les gustaba tener compañía. Solía poner tres o cuatro niñas en un hoyo y hablarles (…) Era como hacer una fiesta, pero después de un rato, como ellas no se podían mover me aburría e iba a buscar nuevas niñas.”

De aquellas fosas comunes que Pedro Alonso hacía para sus “muñequitas”, se ha dicho que eran sus “lugares históricos” y que, en ese sentido, expresaban el “trofeo simbólico” que para López representaba el conocimiento de dónde se hallaban sus víctimas y la percepción (potenciada por la acumulación de cadáveres) de lo enorme (y por tanto importante) que era su obra criminal, y es que a diferencia de otros asesinos, él no guardaba objetos de las víctimas ni anotaba sus nombres o tan siquiera el número que les correspondería en la lista de asesinatos.

Las evaluaciones psicológicas que se le efectuaron tras su captura, revelaron que López era un “sociópata” que sufría por un “trastorno de personalidad antisocial”, que era alguien que “no tiene conciencia” ni “empatía” y que mostraba una considerable habilidad para manipular y engañar a otros mediante su discurso, mediante las palabras.

Muestra de este carácter manipulador y engañador se ve en el hecho de que, si bien por una parte pretendía que su finalidad era matar a esas niñas pobres para librarlas de la pobreza y hacer que vayan directamente al cielo, por otra parte se mostró, en otros momentos, como un sujeto que temía a la muerte porque no creía que fuera a haber nada más que una “oscuridad nula” y un olvido de todo, siendo así evidente el hecho de que no creía que pudiera haber un cielo y por ende mentía cuando decía que mataba con el fin de librar a las niñas de la miseria y hacer que vayan al cielo.

Obsérvese pues su verdadera concepción y actitud frente a la muerte: 1) “Cuando uno se muere pues, por total pierde uno lo que es los sentimientos, su visibilidad de los ojos para ver y, una muerte que uno ya no vuelve ni a saber quién es uno, todo queda así en una oscuridad nula”. Esto lo dijo cuando lo entrevistaba un canal de televisión en Ecuador. 2) “Yo estoy muy joven para morir, hombre”. Esto lo dijo a un periodista (no se muestra quién), con cara de intensa preocupación, en el documental de Biography Channel.

Capturado en Ambato

Pedro Alonso López, por un buen tiempo, se dio gusto violando y matando a las “dóciles”, “confiadas” e “inocentes” muchachas de Ecuador, pero en Ambato, y sobre todo a raíz del asesinato de la hija de un comerciante que no era de clase social baja pese a ser de raza indígena, las autoridades empezaron a tomarse en serio las desapariciones de las que era autor López.

En sus inicios creyeron que se trataba de niñas desaparecidas debido al aumento en el comercio de menores de edad para fines de esclavitud sexual (la llamada “trata de blancas”), sin embargo en abril de 1980 una inundación descubrió una de las fosas de Pedro y, ante los restos de cuatro niñas, la Policía supo que lidiaban con un asesino en serie y empezó a investigar, aunque nunca se logró nada y fue un descuido del asesino lo que terminó haciéndolo caer.

Así, apenas unos días después de la inundación, Carvina Poveda había ido de compras al mercado con su hijita Marie de 12 años. Pedro Alonso, que había visto a la niña, no se contuvo como otras veces e intentó raptarla dentro del mercado. Entonces Carvina clamó por ayuda y rápidamente los comerciantes y algunas personas corrieron tras el asesino, quien había conseguido salir del mercado pero no fue lo suficientemente rápido como para evitar ser atrapado por la indignada turba.

Confesiones y salto a la fama

Cuando la Policía llegó se toparon con un individuo que divagaba incoherencias y, tras llevarlo en un remolque y bajarlo en la comisaría, pensaron que estaban ante un loco.

Allí, en la oficina principal de la comisaría, Pedro adoptó una actitud de silencio absoluto ante todas las preguntas que le hicieron a lo largo del interrogatorio. Frente a esa situación la Policía tenía que ser astuta y cuidadosa, ya que para aquel momento Pedro era solo sospechoso de haber asesinado y, si querían que se confirmase aquella condición de culpable de la cual estaban casi seguros, debían hacer que suelte todo y para ese fin la intimidación no era idónea.

Fue en medio de esa problemática que surgió la figura del Capitán Córdoba, quien actuó como agente encubierto y se hizo pasar por el Padre Córdoba Gudino. Con mucha habilidad, el policía logró hacerse amigo del asesino y conseguir su confianza y con ella las confesiones de sus horrendos crímenes. Ahora por fin sabían que tenían a un asesino serial que había confesado matar a por lo menos 110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia y “muchas más de 100” en Perú.

Pero… ¿qué tal si, como ya se había dado con otros asesinos, Pedro mentía para obtener protagonismo? Bajo esta duda los investigadores estuvieron escépticos, hasta que Pedro se ofreció a guiar a una caravana policial a los lugares donde dormían los huesos de sus “muñequitas”…En el primer lugar que les mostró habían 53 cadáveres de muchachas cuyas edades estaban comprendidas entre los ocho y los doce años; de allí, en los 28 nuevos sitios, se hallaron nuevos cuerpos y el total fue de más de 57.

Pese a no hallar los otros cadáveres que deberían estar para avalar las confesiones de Pedro, algunos investigadores sugirieron que ciertos animales debieron esparcir los restos y que las riadas habían “lavado” el terreno. Frente a lo encontrado Vencedor Lascano, director de asuntos de la prisión, no dudó de las confesiones del asesino y dijo a un periodista: “Si alguien se confiesa autor de cientos de asesinatos y se encuentran más de 57 cadáveres, debemos creer lo que dice […]. Pienso que su estimación de 300 es muy baja”

Una insignificante condena

Era claro que Pedro Alonso López era un asesino en serie digno de pasar al salón de la fama donde estaban monstruos como Garavito, Gille de Rais, Gary Ridgway, Chikatilo y otros más. A pesar de eso la máxima condena aplicable en Ecuador era de 16 años de cárcel, los cuales se le asignaron como castigo en 1981, cuando Pedro Alonso contaba con 33 años.

Inicialmente el lugar que le asignaron fue la prisión de Ambato, donde estuvo dos años tras los cuales fue transferido al Penal García Moreno. Allí se lo destinó al Pabellón B, concebido para violadores y asesinos.

En el Pabellón B, Pedro Alonso pasó sus días de forma solitaria: fumando bazuco (droga barata hecha a base de residuos de cocaína), escribiendo en un diario y grabando monedas con la cara de Jesús en un lado y la del Diablo en el otro.

Del sanatorio a la libertad

El Monstruo de Los Andes solo cumplió 14 de los 16 años debido a su buen comportamiento. El día que salió no cabía en sí de felicidad: gritaba, saltaba, hasta agradecía a Dios.

Como contraparte el pueblo ecuatoriano estaba indignado, tanto que incluso hubo manifestaciones y se exigió al presidente que cambie la pena máxima. Afortunadamente se dio una respuesta rápida, consciente e ingeniosa: apenas una hora después de su liberación, se lo detuvo por ser extranjero y no tener “la documentación en regla”, por lo cual lo deportaron a Colombia, donde fue procesado por asesinar a dos niñas en 1979.

En Colombia lo declararon demente y en 1995, en vez de meterlo a la cárcel, lo internaron en un sanatorio, del cual fue ignominiosamente liberado en 1998 cuando, tras declararlo sano, se le soltó con fianza de 50 dólares y la condición de que siga recibiendo tratamiento psiquiátrico y se reporte cada mes ante el Poder Judicial.

Como era de esperarse, Pedro Alonso López jamás se reportó al Poder Judicial. En lugar de eso, Pedro viajó al Espinal para encontrarse con una vieja conocida a la cual había responsabilizado por “todo el dolor” de su “corazón”: su madre, doña Benilda López Castañeda, mujer que tiempo atrás había suplicado que no lo suelten porque podría ir y matarla.

Sin embargo López fue relativamente compasivo y no tocó un solo pelo de la anciana. En vez de matarla, al verla le dijo: “Madrecita, arrodíllese que voy a echarle una bendición”. Pero eso solo era el principio pues, aunque no mostró una actitud violenta, López realmente había ido a arreglar cuentas, y su forma de hacerlo fue exigirle a su madre que venda la cama y una silla para darle dinero.

Con ese dinero López se marchó y no se volvió a saber de él hasta que, en octubre del 2002, Colombia emitió a la Interpol un pedido de búsqueda y captura pues sospecharon que era Pedro Alonso López quien estaba detrás de un asesinato reciente en El Espinal.

En todo caso no se ha vuelto a saber nada del Monstruo de Los Andes, aunque lo más probable es que siga vivo, de lo cual su madre está absolutamente segura pues, según contó, siempre que alguien cercano a ella se ha muerto, su espíritu se le ha “revelado”, cosa que no ha ocurrido con Pedro. Y es que, antes de haberlo dejado libre en 1998, las autoridades colombianas debieron de tener en cuenta estas palabras suyas: “El momento de la muerte es apasionante, y excitante. Algún día, cuando esté en libertad, sentiré ese momento de nuevo. Estaré encantado de volver a matar. Es mi misión.”


Pedro López mató a unas 300 niñas por motivos sexuales

Diario de Avisos

20 de agosto de 1989

El monstruo de los Andes dejó un estela de terror en Colombia y Perú.

Pedro López dejó una estela de terror por Ecuador, Perú y Colombia. Sus víctimas preferidas eran las niñas. Cálculos conservadores estiman que durante su vida Pedro López mató a por lo menos 300 niñas de tres países andinos, todas por motivos sexuales, y con el impulso adicional de un extraño sentido del placer al cometer asesinatos. Cuando se descubrieron sus horrendos crímenes -inicialmente la desaparición de niñas fue atribuida a una banda que traficaba con ellas para venderlas como prostitutas o sirvientas- fue inmediatamente bautizado como «el monstruo de los Andes», y su sola mención causaba terror.

Pero aparentemente López es un hombre de aspecto tranquilo y campesino que podría haber estado libre de sospechas, aun si estas hubieran existido. Las primeras evidencias de que algo estaba sucediendo acontecieron con la subida de un río que descubrió los cuerpos de cuatro pequeñas víctimas. Las pesquisas, sin embargo, fueron infructuosas.

El asesino confesó haber matado unas 110 niñas en Ecuador, 100 en Colombia y más de un centenar en Perú. La policía ecuatoriana indicó al tratar el caso que es poco probable llegar a saber algún día exactamente cuántas personas realmente asesinó López, quien tras haber confesado sus crímenes mostró algunas tumbas a las autoridades, pero luego se negó a seguir colaborando.

Se asegura que su móvil fundamental fue el sexo y que en los momentos que estaba más violento cometía hasta dos asesinatos por semana.

López nació en la ciudad colombiana de Tolima, como el séptimo hijo de la numerosa familia de una prostituta. Cuando tenía ocho años su madre lo echó a la calle por intentar aprovecharse sexualmente de una de sus hermanas. Un extraño lo encontró llorando y hambriento y le ofreció protección, pero en vez de llevarlo a su casa le llevó a un sitio abandonado y lo violó. Eso le marcó para toda la vida.

A los 18 años López fue detenido por robar un carro. Al entrar en la prisión fue nuevamente violado por cuatro compañeros de cárcel. Con un cuchillo que se fabricó el mismo, les dio muerte a todos. Poco después salió de prisión.

Entonces comenzó a tener fantasías eróticas y a aficionarse a la pornografía, pero según confesó era demasiado tímido para aproximarse a las mujeres y entonces pensó que «yo perdí mi inocencia a la edad de echo años, y entonces decidí hacer lo mismo con cuantas niñas pudiera encontrar».

En 1978 es sabido que López había matado unas 100 niñas en Perú, casi todas pertenecientes a las comunidades indígenas de la zona de Ayacucho. En ese momento por primera vez se supo de sus crímenes, pues fue sorprendido en plena acción por un grupo de la zona. Después de golpearlo y torturarlo iban a enterrarlo vivo en un hueco muy profundo, pero una misionera norteamericana lo salvó y lo trasladó a la policía. A los pocos días fue simplemente deportado.

En Ecuador comenzó entonces la verdadera matanza. «Me gustan las niñas allí, porque son más gentiles y confiadas, y más inocentes. No sospechan tanto de los extraños», confesó López a las autoridades.

Su técnica consistía en caminar por plazas y mercados buscando niñas con «una cierta apariencia de inocencia». Según dijo las mataba siempre durante el día porque le gustaba «verlas morir», el momento en que la vida desaparecía de sus miradas.

Un día una mujer que trabajaba en un mercado perdió a su hija de vista, pero pronto la localizó saliendo del lugar de la mano de un extraño. Decidió seguirlos en silencio y cuando se dio cuenta de lo que iba a suceder gritó pidiendo auxilio. López fue detenido por la gente del lugar hasta que llegó la policía.

Al principio se negó a confesar, pero pronto le contó todo a su compañero de celda, que era un espía de la policía. Posteriormente colaboró con las investigaciones. En el transcurso de su encierro López asegura tener un miedo permanente de que lo maten, incluso de los guardias. Según personas que conocieron su caso, no parecía darse cuenta de que el monstruo era el mismo. Los últimos informes aseguran que aun sigue preso en Ecuador.

López insistía en asegurar que desde el momento en que él mismo fue violado, no podía dormir al aire libre. «Me acostaba en las escaleras de los mercados y las plazas. Miraba hacia arriba y si podía ver una estrella, ya sabía que estaba bajo protección divina».


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